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catedral del Hadschrim, cuando he estado sentado en un banco durante la misa mayor.
�Hay alg�n nombre en �l?
Lo agarro y leo, escrito con letras doradas sobre el suave y blanco forro de seda, ese
extra�o y sin embargo tan conocido nombre:
ATHANASIUS PERNATH
Ahora ya no estoy tranquilo; me visto apresuradamente y bajo corriendo las escaleras.
 �Portero! ��brame! Voy a salir una hora m�s de paseo.
 �Adonde, por favor?
 Al barrio jud�o. A la Hahnpassgasse. Porque hay una calle que se llama as�, �no?
 Claro, claro  sonrió el portero maliciosamente . Pero le advierto que en el barrio
jud�o ya no hay nada interesante. Todo est� reconstruido y nuevo.
 No importa. �Dónde est� la Hahnpassgasse?
El grueso dedo del portero se�ala un punto en el plano.
 Aqu�, mire.
 �Y la taberna Zum Loisitschek?
 Aqu�, se�or.
 D�me un trozo grande de papel.
 Tenga, se�or.
Envuelvo en �l el sombrero de Pernath. Es curioso, est� casi nuevo, inmaculadamente
limpio y sin embargo tan quebradizo como si fuese antiqu�simo.
Por el camino voy pensando.
Todo lo que ha vivido este Athanasius Pernath lo he vivido yo con �l en el sue�o, en
una noche lo he visto, o�do y sentido, a la vez como si hubiera sido �l. Pero �por qu� no
s� lo que vio �l tras las ventanas en el momento en que, al desprenderse de la cuerda,
gritó: �Hillel! �Hillel!?
Comprendo, en ese momento se separó �l de m�.
Tengo que encontrar a ese Athanasius Pernath, aunque tenga que dar vueltas y m�s
vueltas durante tres d�as y tres noches. Me lo propongo.
Entonces, ��sta es la calle Hahnpass?
�Ni se aproximaba a la que yo hab�a visto en mi sue�o!
Sólo casas nuevas.
Un minuto m�s tarde me encuentro sentado en el caf� Loisitschek. Un local sin estilo
propio, bastante limpio.
Pero al fondo hab�a un estrado con una barandilla de madera; no se puede negar una
cierta semejanza con el viejo Loisitschek de mis sue�os.
 �Qu� desea, por favor?  me pregunta la camarera, una guapa muchacha,
literalmente enguantada en una chaqueta de frac de terciopelo rojo.
 Co�ac, se�orita. As�, gracias. Hum, �se�orita?
 S�, d�game.
 �A qui�n pertenece este caf�?
 Al se�or consejero comercial Loisitschek. Toda la casa es suya. Un se�or muy
elegante y rico.
�Aja! �El se�or con los dientes de jabal� en la cadena del reloj!, record�.
Se me ocurre una buena idea, que me orientar�:
 �Se�orita!
 D�game.
 �Hay aqu�, entre los clientes, alguien que todav�a recuerde cómo era antiguamente
el barrio jud�o? Soy escritor y me interesa mucho.
La camarera piensa un momento.
 �Entre los clientes? No. Pero, espere usted un momento: el apuntador de billar que
est� ah� jugando con un estudiante' �lo ve usted?, �se con la nariz encorvada, el viejo,
�se siempre ha vivido aqu� y se lo podr� contar a usted todo. �Quiere que lo llame cuando
acabe?
Segu� la mirada de la muchacha.
Un hombre viejo, delgado y con el pelo cano estaba apoyado junto al espejo y untaba
con una tiza el taco. Una cara desolada, pero sin embargo extra�amente distinguida.
�Qu� me recuerda?
 Se�orita, �cómo se llama el apuntador?
La camarera, de pie, apoya el codo sobre la mesa, mordisqueando un lapicero, y
escribe a la velocidad del viento su nombre mil veces sobre la placa de m�rmol, borrando
cada vez con sus dedos h�medos. Entre tanto, me va lanzando miradas m�s o menos
ardientes, cuando lo consigue. Levanta, simult�neamente, las pesta�as, pues ello
aumenta inevitablemente la fascinación de su mirada.
 Se�orita, �cómo se llama el apuntador?  repito mi pregunta. Me doy cuenta de que
ella hubiera preferido o�r: Se�orita, �por qu� no lleva usted sólo eHrac? o algo as�. Pero
yo no se lo pregunto. Mi sue�o me tiene demasiado obsesionado.
 �Cómo se va a llamar?  dice ella gru�endo pues Ferri, Ferri Athenst�dt.
�Ah, s�? �Ferri Athenst�dt! Bueno, de nuevo un viejo conocido.
 Cu�nteme muchas, muchas cosas de �l, se�orita  digo reteni�ndola, pero siento a
la vez que necesito fortalecerme con otro co�ac . �Habla usted de una manera tan
encantadora!  siento repugnancia de m� mismo.
Ella se inclina misteriosamente hacia m� para que sus cabellos me cosquilleen la cara y
susurra:
 El Ferri �se era antes todo un tipo. Dicen que pertenece a la m�s antigua nobleza,
pero naturalmente no son m�s que habladur�as, sólo porque no lleva barba, y que debió
de tener una enorme cantidad de dinero. Pero una jud�a pelirroja, que ya desde muy joven
debió ser todo un �personaje�  escribió de nuevo r�pidamente un par de veces su
nombre , se lo llevó todo. El dinero, claro. Bueno, y luego, cuando �l se quedó sin un
c�ntimo, ella se fue y se casó con un se�or muy importante: con el...  me susurra al o�do
un nombre que no llego a entender . Este caballero tuvo que renunciar naturalmente a
todos sus honores y t�tulos y, desde entonces, ya sólo pudo llamarse el caballero de
D�mmerich. Bueno, adem�s, �l nunca pudo borrar lo que hab�a sido antes. Yo siempre lo
digo...
 �Fritzi, la cuenta!  grita alguien desde el estrado.
Paseo mi mirada por el local y de repente oigo a mis espaldas un suave canto met�lico,
como el de un grillo.
Me vuelvo curioso. No creo en mis ojos:
Con la cara vuelta hacia la pared, viejo como Matusal�n, con una caja de m�sica tan
peque�a como un paquete de cigarrillos entre sus manos temblorosas y esquel�ticas,
sentado y totalmente encogido, veo al viejo ciego Nepthali Schaffranek en un rincón,
dando vueltas al min�sculo manubrio.
Me acerco a �l.
Canta susurrando confusamente para s�:
Se�ora Pick.
Se�ora Hock,
y estrellas rojas y azules
y charlan continuamente
de...
 �Sabe usted cómo se llama ese anciano?  le pregunto a un camarero al pasar.
 No, se�or, nadie lo conoce, ni a �l, ni su nombre. �l mismo lo ha olvidado. Est�
completamente solo en el mundo. �Tiene ciento diez a�os! Todas las noches le damos un
caf� por caridad.
Me inclino sobre el anciano y le digo una palabra al o�do.
 �Schaffranek! [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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    Dawniej młodzi mężczyźni szukali sobie żon. Teraz wyszukują sobie teściów. Diana Webster

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